Un estudio muy interesante relacionado con la fatiga mental demuestra que si cansamos a nuestro cerebro, quizás nuestro cuerpo también le siga.
Durante mucho tiempo la comunidad científica se ha mostrado intrigada ante la idea de que el esfuerzo físico pueda afectar a nuestra habilidad para pensar, y la mayoría de estudios han demostrado cómo pequeñas cargas de esfuerzo físico suelen provocar mejoras en nuestra capacidad cognitiva. Por el contrario, esfuerzos prolongados y extenuantes pueden dejar a los practicantes demasiado agotados como para pensar con claridad, al menos durante un corto periodo de tiempo.
Sin embargo, la posibilidad inversa – que pensar demasiado pueda perjudicar al rendimiento físico – ha recibido una menor atención. Y esto es lo que han investigado durante el pasado año científicos de la Universidad de Kent, en Inglaterra y el Instituto Francés de Investigación en Salud y Medicina.
La Fatiga es un estado complejo y que depende de muchos factores. La ciencia suele centrarse en la fatiga corporal, que se manifiesta en una reducción en nuestra habilidad para contraer los músculos y permanecer en movimiento. Correr, montar en bicicleta, movilizar cargas, o simplemente permanecer en pie suponen la contracción de un buen número de músculos, consumiendo energía y llegando finalmente a fatigarse. Esta fatiga ocurre tanto a nivel muscular como a nivel del sistema nervioso, lo que se conoce como fatiga central.
Nuestra mente también se cansa, aunque las causas están lejos de poder esclarecerse. Nuestras neuronas pueden quedarse sin energía, además de otros procesos también relacionados. Lo que parece claro es que, tal y como muchos de nosotros hemos experimentado, el permanecer concentrados intensamente en una actividad de gran demanda intelectual y durante largas horas suele dejarnos agotados.
Para poder determinar el impacto que la fatiga mental podría tener sobre la práctica posterior de ejercicio físico se sometió a un mismo grupo de sujetos tanto a una prueba realizada con la ayuda de un ordenador que inducía a la fatiga mental, como al visionado de un documental muy tranquilo y sosegado sobre el Planeta Tierra. Después de tales actividades mentales, los sujetos fueron expuestos a un ejercicio específico realizado con una de sus piernas y se monitorizó el momento en que se llegaba a la fatiga muscular así como sus sensaciones subjetivas de intensidad del esfuerzo.
A la finalización del estudio se pudo demostrar que la fatiga mental afectaba de manera significativa sobre la capacidad de resistencia muscular. Los sujetos investigados se cansaban hasta un 13% más rápido después de realizar un test en el ordenador que les inducía a una intensa fatiga mental, que tras el visionado de un documental muy tranquilo sobre el Planeta Tierra. Además, manifestaban que habían sentido el ejercicio posterior como extremadamente agotador.
Sin embargo, resultó de gran interés comprobar que su máxima fuerza contráctil permanecía sin cambios tras someterse a las diferentes actividades cognitivas, a pesar de que aquellos que se habían enfrentado al exigente test cognitivo sentían como si sus músculos estuvieran mucho más cansados.
Estos resultados indican que “la capacidad de producción máxima de fuerza no se ve alterada por la fatiga mental, pero sí la capacidad de resistencia muscular, y que esta alteración está íntimamente relacionada con mayores valores de percepción subjetiva del esfuerzo”. Es decir, que se siente como más exigente el ejercicio físico cuando se está cansado mentalmente, de modo que se abandona antes, aunque objetivamente la musculatura aún se encuentre con fuerzas.
Estos resultados tienen múltiples implicaciones a la hora de combinar el raciocinio con el sudar. Por ejemplo, sugieren que durante la mañana de una importante carrera o sesión de entrenamiento muy exigente no sea lo más indicado realizar actividades de alta demanda cognitiva, ya que una sobreexigencia de tipo cognitivo podría desencandenar una disminución en la capacidad de rendimiento físico.